domingo, enero 22, 2006

MI BOHEMIA



Bruno Marcos

Recuerdo que la primera vez que le vi en televisión tendríamos él y yo 27 o 28 años y me sorprendió lo que dijo, una frase que escuché aislada: “Yo siempre he dicho que la literatura es...” Y resulta que era la primera vez que salía en la tele y que no podía haber estado siempre diciendo algo, lo que fuera, porque era un crío. Entonces me angustió la idea de que él parecía querer ser un anciano, hablaba como un abuelo cuando nosotros andábamos -como locos- aferrados a la juventud, intentando exprimirla.
Recuerdo que, en alguna ocasión muy inmerso en lecturas, en la adolescencia, sentí, esporádica e inexplicablemente, de pronto, esa pulsión de querer ser un anciano con una enorme biografía a las espaldas. Ahora veo que, tal vez, sea una forma de expresar todo lo contrario: un deseo de experiencias.
También eso me hizo recordar una escena de El Desencanto, la película de los Panero, cuando la madre rememoraba su primer paseo por Astorga, recién casada, y le dijo a su marido: “Me imagino a nosotros, en esta calle, ancianos, después de muchos años.” A mí me chocaba esa proyección hacia el fin, hacia el ocaso, como una imagen reconfortante y placentera, pero ahora veo que se trataba de un deseo de vivir, de vivir con la seguridad que debe dar ver el futuro como un tiempo realizado.
Como de Prada estudió en Salamanca en los mismos años que yo, de pronto, todo el mundo le había conocido. Casi todos los del colegio mayor. El molle, un poco desconcertado, decía de él: “No salía nada por la noche y cuando salía se cogía una borracheras infames...” Y eso nos hacía desistir del mundo de la fama cultural porque nuestro sancta sanctorum noctívago era intocable.
Acabo de leer Coños y Las Máscaras del Héroe. En la primera hay imaginación y humor bien narrados y, en el segundo, un recorrido cruel por los personajes bohemios madrileños de principios de siglo. Ningún personaje prospera, son todo recortes grotescos con la misma mecánica psicológica y el soniquete de la prosa cansa. Parece que quisiera hacer un esperpento como el de Valle en Luces de Bohemia y le sobra todo el libro. Luces de Bohemia –mucho más brevemente y con infinito más acierto- refleja esa contradicción entre los grandes ideales de los pobres literatos y la mezquindad cotidiana, el fracaso y el sueño roto trufados de contradicciones. Luces me gusta mucho pero me pone siempre muy triste. Lo mismo ocurría con Adares. También de Prada le dedicó un artículo. Adares era un poeta bohemio salmantino que se colocaba en el corrillo de la Plaza Mayor. Barba larga blanca y visera. Sobre los escalones de piedra ponía en venta sus libritos de poesía. Siempre de resaca íbamos al café que había a sus espaldas. El Calvo repetía: “Yo he hablado con él y tiene una mala hostia de la hostia...” Murió en el 2001 con casi ochenta años. Debía tener casi setenta cuando lo veíamos. No los aparentaba.

Se lo comenté hace poco a Ella y me dio la clave: “Es normal, no te gustaba Adares porque, aunque hiciera poesía y viviese una bohemia rodeada de lo que a ti te gustaba, representaba lo que no querías llegar a ser, tu escribías y él representaba el fracaso...

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Bendita bohemia!como decía el filósofo nazi "somos seres para la muerte",y nuestro mayor fracaso es querer ser inmortales

enero 24, 2006 12:21 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

¿Qué es más esperpéntico esa bohemia de antes o algunos autores actuales que intentan ocupar un puesto en el mundo del reconocimiento y de la fama, que no de las letras(para ellos es secundario), con tácticas maquiavélicas?

enero 24, 2006 12:24 p. m.  

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